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Chicho Ocaña, 50 años de sacerdote inmerso en Centroamérica

Plataforma
junio 19, 2025

El jesuita vallisoletano Chicho Ocaña celebra su 50 aniversario de sacerdote. Lo celebra solo, sin compañeros que hayan recorrido de principio a fin este mismo camino. Aquel 28 de junio de 1975, otro compañero ya fallecido celebró su ordenación en Salamanca. Y de aquellos que compartieron los años de noviciado a día de hoy quedan solo seis y entraron 45, apenas 3 de su promoción. Así que este aniversario lo celebra con su familia en España y con los compañeros jesuitas en rincones de Centro América por donde ha vivido: Nicaragua, Honduras y El Salvador.

Para Chicho, sus recuerdos de estos 50 años sacerdotales van más allá de su ordenación, cuando de maestrillo, con 23 años, llegó a Honduras a una parroquia rural. En este lugar y a esta edad se reencontró con su vocación. Entonces, salió de la fatiga y monotonía de los estudios de Filosofía en España a vivir entre los bananeros de la zona como el seguidor de Jesús de Nazaret, disponible al servicio de la sociedad y dispuesto a ayudar a su desarrollo. Este destino se convirtió en su ecosistema vital. Ya nunca se ha alejado de este lugar privilegiado del mundo, atravesado por grandes tensiones sociales, políticas y eclesiales, y a la vez, abrazado por un Dios que lo inunda todo. “Y yo soy parte de ese todo”, cuenta cuando tomó conciencia de ser parte de la naturaleza creada por Dios. “Morir es estar fundido en Dios”.

La historia sacerdotal está jalonada de parroquias rurales y de puestos de responsabilidad: creó el Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación – ERIC-; dirigió la Radio Progreso durante 7 años; fue vicario de los jesuitas, estuvo en la universidad de Nicaragua, dirigió un colegio. Concibió sus primeros destinos desde la misión de procurar un desarrollo a una sociedad casi anónima. Y fue precisamente cuando llegó a una parroquia en la costa atlántica, sin luz, sin agua potable y aislada por 55 kilómetros de playa, a la que solo se podía ir en avioneta, cuando conectó de nuevo con la gente. De aquella conexión entre Dios, la naturaleza y los garífunas, la etnia que habitaba aquel rincón del mundo, la vocación de Chicho dio un giro para conectar de nuevo con las personas: “Acompañar, estar a su lado, animar, orientar y dar esperanza desde abajo, desde lo pequeño, es lo único que merece la pena”, explica. “Es abrirles al Señor Jesús, no al falso Dios que nos hemos fabricado.”

Antonio Ocaña, Chicho, entró con 17 años de edad. Hoy con 78 años disfruta de su vocación y la de su sobrino, Rodrigo Sanz Ocaña, compañero jesuita. Con la mirada en la memoria reconoce que repetiría en la Compañía de Jesús, para estar con la gente, inmerso en el mundo creado por Dios y dando razón de Él para liberar de falsas imágenes.