El homenaje a la presencia de la Compañía de Jesús en Oña, Burgos, se clausuró este fin de semana con tres actos significativos de memoria y gratitud. El primero correspondió al historiador jesuita Alfredo Verdoy, quien compartió los hitos memorables de los 90 años de vida jesuita en la comarca. Su conferencia, Oña y sus muy cordiales vecinos del colegio Máximo, los jesuitas 1880-1967, acercó las claves de la relación establecida entre los residentes de la comarca y la Compañía de Jesús. La fundación del colegio, semilla de la posterior Facultad de Teología de la Universidad de Deusto, fue una decisión simbólica en la historia de la Compañía porque se cerraba el periodo de exilio y se abría una época de restauración activa y fecunda. El segundo acto programado se celebró el sábado con un encuentro con jesuitas que mantienen vivos recuerdos de su estancia en este colegio. Participaron miembros de la organización, Fundación Castresana (Lourdes, José Sagrado, de Briviesca, Mary Valdivielso, Loli Angulo y Marcos Lorenzo, de Oña, y el padre Rafael, de izquierda a derecha en la fotografía del centro). Y por último, la celebración de la eucaristía del domingo presidida por Joaquín Barrero, superior de la comunidad jesuita en Burgos.
Verdoy expuso aquellos aspectos que definieron la misión jesuita -sus obras y su modo de hacer apostolado- en este lugar “lejano y frío” de Castilla y cómo todo ello llevó a la Compañía de Jesús a ser querida y reconocida. Desde su fundación, en 1880, año en que el papa León XII publicó la encíclica Aeterni Patris donde animaba al estudio profundo de la religión para poder discutir con intelectuales de la época, hasta su cierre, en 1967, Alfredo Verdoy señaló seis etapas marcadas cada una por un aspecto de su desarrollo: años de fundación (1880-1901); etapa de afianzamiento misionero (1901-1918); la nueva provincia jesuita de León dirige a este centro jesuitas de la misma zona vasco-navarra y castellana lo que marca una manera de gobernar y ser (1918-1931). La cuarta etapa se concentra entre 1932-1938, entre la supresión de los jesuitas, que les condujo a Bélgica, y su regreso, cuando se le concedió la posibilidad de dar clase y ganar en proyección académica internacional. El siguiente periodo, 1939-1956, l viene marcado por la inauguración del Centro Nazaret, reflejo de la vocación pastoral, docente y artística de los jesuitas. La última etapa, 1956-1967, fueron años de concilio, apertura y de relaciones cercanas.
La charla acercó la misión configurada conscientemente para calar en la población y no vivir aisladamente como sucedía en otros enclaves. Tras un discernimiento profundo, decidieron trabajar apostólicamente de manera muy prudente, siempre de acuerdo con el párroco y obispo del lugar. Siguiendo sus directrices y aliviando sus necesidades. “Se tenía que hacer de tal manera que nadie pudiese sospechar ni de la prepotencia apostólica ni del atisbo de superioridad. Tampoco tendría que hacerse un falso proselitismo sino convertirse en elemento de unión entre el pueblo y la iglesia diocesana”.
La acción se concretó en la inauguración, en 1881, de una incipiente congregación de los Luises de la que nació la Academia del Sagrado Corazón, escuela nocturna dirigida por el padre Talón y que cerró en 1887. Según Verdoy, el lazo principal entre el colegio y su comarca fue la enseñanza del catecismo como ayuda a los párrocos. También contribuyó a este acercamiento la confesión. Los sacerdotes diocesanos pidieron ayuda para que los jesuitas colaborasen, así que les preparaban para hacer una buena confesión, respetando el ritmo devocional de cada pueblo. 1926 había sacerdotes que recorrían 18 pueblos. Verdoy habló de las tres misiones populares y sus protagonistas; de la creación del Hospital Militar de Oña, del 19 de marzo 1937 hasta 1939, donde fueron atendidos 1150 soldados y pasaron 14250 soldados en circunstancias difíciles y más de medio millón de asistencias. “Fue un hospital donde fue posible a reconciliación cristiana”, argumentaba. Contó que cuando iban a ingresar solados del bando republicano, los padres hablaron para que los heridos del otro bando los acogieran. De entonces, se ofrecieron 80 heridos para lavarlos los pies para ser ingresados, incluso entablaron amistad entre ellos. Se convirtió en el Hospital de Reconciliación.
Después de la Guerra Civil entraron en julio de 1939 y el día de san Ignacio se celebró por todo lo alto, con la participación de 30 pueblos para celebrar en Oña la festividad y recordar el dolor padecido y el nombre de 120 jesuitas muertos por los rojos. Fue todo un acontecimiento que mostró la unión de fe, en su dolor y esperanza, de los vecinos y los jesuitas. Los jesuitas continuaron en este enclave hasta 1967.